Literatura

Julio Cortazar

miércoles, 5 de junio de 2013

Material para 3ero Cuento "Rodriguez" de Espinola

Rodríguez
Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el medio
del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua entre los sauces
de la barranca opuesta. Sin dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en la
pistola por cualquier evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el
respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el
otro, que desplegó una sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento.., y se
le apareó.
Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto. La barba aguda, renegrida. A
los costados de la cara, retorcidos esmeradísimamente, largos mostachos le
sobresalían. A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con
lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes
no le sentaba.
-¿Va para aquellos lados, mozo? - le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar la
mano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quién era el importuno,
lo dejó, nomás, formarle yunta y siguió su avance a través de la gran claridad, la
vista entre las orejas de su zaino, fija.
-¡Lo que son las cosas, parece mentira!... ¡Te vi caer al paso, mirá... y simpaticé
enseguida!
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el
interlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mirada que era un cuchillo de
punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe, quedó cual la del
cordero.
-Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la
mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin
respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio, Rodríguez
volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a un
lado del zaino, escupió.
-Alegrate, alegrate mucho, Rodríguez -seguía el ofertante mientras, en el mejor
de los mundos, se atusaba, sin tocarse la cara, una guía del bigote-. Te puedo
poner a tus pies a la mujer de tus deseos. ¿Te gusta el oro?... Agenciate latas,
Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el poder, que también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o jefe
político o coronel. General, no, Rodríguez, porque esos puestos los tengo
reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la
mirada hacia adelante, Rodríguez.
-Mirá, vos no precisás más que abrir la boca...
-¡Pucha que tiene poderes, usted! -fue a decir, Rodríguez; pero se contuvo para
ver si, a silencio, aburría al cargoso. Este, que un momento aguardó tan siquiera
una palabra, sintióse invadido como por el estupor. Se acariciaba la barba; de
reojo miró dos o tres veces al otro... Después, su cabeza se abatió sobre el
pecho, pensando con intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca.
Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y
de sus sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de turbarlo
había fugado lejos, cada cual con su ruido.
A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho con
tabaquera y con chala. Sin abandonar el trote se puso a liar. Entonces, en
brusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se
dio contra unos espinillos. Separado un poco así, pero manteniendo la marcha a
fin de no quedarse atrás, fue que dijo:
-¿Dudás, Rodríguez? ¡Fijate, en mi negro viejo!Y siguió cabalgando en un
tordillo como leche. Seguro de que, ahora sí, había pasmado a Rodríguez y, no
queriendo darle tiempo a reaccionar, sacó de entre los pliegues del poncho el
largo brazo puro hueso, sin espinarse, manoteó una rama de tala y señaló,
soberbio:
-¡Mirá! - La rama se hizo víbora, se debatió brillando en la noche al querer
librarse de la tan flaca mano que la oprimía por el medio y, cuando con
altanería el forastero la arrojó lejos, ella se perdió a los silbidos entre los pastos.
Registrábase Rodríguez en procura de su yesquero. Al acompañante,
sorprendido del propósito, fulguraron los ojos. Pero apeló al poco de calma que
le quedaba, se adelantó a la intención y, dijo con forzada solicitud, otra vez muy
montado en el oscuro:
- ¡No te molestés! ¡Servite fuego, Rodríguez!
Frotó la yema del índice con la del dedo gordo. Al punto una azulada llamita
brotó entre ellos. Corrióla entonces hacia la uña del pulgar y, así, allí paradita, la presentó como en palmatoria. Ya el cigarro en la boca, al fuego la acercó
Rodríguez inclinando la cabeza, y aspiró.
-¿Y?... ¿Qué me decís, ahora?
-Esas son pruebas -murmuró entre la amplia humada Rodríguez, siempre
pensando qué hacer para sacarse de encima al pegajoso.
Sobre el ánimo del jinete del oscuro la expresión fue un baldazo de agua fría.
Cuando consiguió recobrarse, pudo seguir, con creciente ahínco, la mente
hecha un volcán.
-¿Ah, sí? ¿Con que pruebas, no? ¿Y esto?
Ahora miró de lleno Rodríguez, y afirmó en las riendas al zaino, temeroso de
que se le abrieran de una cornada. Porque el importuno andaba a los corcovos
en un toro cimarrón, presentado con tanto fuego en los ojos que milagro
parecía no le estuviera ya echando humo el cuero.
- ¿Y esto otro? ¡Mirá qué aletas, Rodríguez! -se prolongó, casi hecho
imploración, en la noche. Ya no era toro lo que montaba el seductor, era
bagre. Sujetándolo de los bigotes un instante, y espoleándolo asimismo
hasta hacerlo bufar, su jinete lo lanzó como luz a dar vueltas en torno a
Rodríguez. Pero Rodríguez seguía trotando. Pescado, por grande que fuera,
no tenía peligro para el zainito.
- Hablame, Rodríguez, ¿y esto?... ¡por favor, fijate bien!... ¿Eh?... ¡Fijate!
- ¿Eso? Mágica, eso.
Con su jinete abrazándole la cabeza para no desplomarse del brusco sofrenazo,
el bagre quedó clavado de cola.
-¡Te vas a la puta que te parió!
Y mientras el zainito -hasta donde no llegó la exclamación por haber surgido
entre un ahogo- seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca luna tomando
distancia, el otra vez oscuro, al sentir enterrársele las espuelas, giró en dos
patas enseñando los dientes, para volver a apostar a su jinete entre los sauces
del Paso.

Link a pagina web con información de Espinola, la Generación del 30 y el cuento "Rodriguez":

http://www.ceibal.edu.uy/UserFiles/P0001/ODEA/ORIGINAL/frespinola.elp/cuento_rodrguez.html

Link a vida y obra de Espinola (muy completa la información)
http://www.periodicas.edu.uy/Capitulo_Oriental/pdfs/Capitulo_oriental_26.pdf

Comentario sobre los cuentos y personajes de Espinola
http://aprenderliteratura.blogspot.com/2012/05/francisco-espinola.html

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